NO, INÉS HERNAND: DEFENDER LA REALIDAD NO ES ODIO
Por LGB Asociación
06/05/2025
En una intervención reciente en la SER, Inés Hernand calificó de odiantes, antiderechos y medievales a quienes cuestionamos la identidad de género. Por alusiones indirectas, desde LGB Asociación queremos responder públicamente a estas afirmaciones, con la esperanza de que esta réplica sea publicada en el mismo medio en el que se nos descalificó.
En primer lugar, queremos dejar claro que, lejos de incitar al odio, nuestro propósito es defender la realidad material del sexo biológico y proteger los derechos de la infancia, así como preservar las conquistas históricas de las mujeres, lesbianas, gays y bisexuales. Consideramos que estos logros están hoy amenazados por una doctrina que desdibuja los fundamentos sobre los que dichos derechos fueron construidos.
No hablamos desde el odio, sino desde la responsabilidad. La ideología de la identidad de género, promovida insistentemente en escuelas, redes sociales y medios de comunicación, está generando una profunda confusión entre los menores. Muchos de ellos futuros gais o lesbianas terminan negando su orientación sexual al asumir que no encajan en los estereotipos sexistas que esta corriente reproduce. Esta doctrina borra la realidad del sexo biológico, base de derechos fundamentales, y diluye las categorías de homosexualidad y bisexualidad al desligar la identidad del cuerpo. El resultado es una distorsión ideológica que desorienta a la infancia y debilita los logros del movimiento LGB.
Desde LGB Asociación defendemos una idea simple pero fundamental: sin realidad biológica, no hay derechos posibles. Al mismo tiempo, reconocemos la existencia de la disforia de género como una condición que merece atención médica y psicológica basada en el rigor clínico, no en eslóganes políticos. Sustituir la evaluación profesional por la llamada “terapia afirmativa”, que se limita a confirmar sin analizar, es una forma encubierta de abandono.
Cada vez más personas que transitaron esos procesos en la adolescencia están alzando la voz. Denuncian haber sido inducidas a tratamientos hormonales y quirúrgicos sin la debida evaluación, con la promesa de una solución inmediata a un malestar profundo. Hoy viven con secuelas físicas y emocionales irreversibles. Pero como su testimonio no encaja en el relato dominante, se les silencia, se les caricaturiza, se les margina. ¿Van a darles voz también en su medio?
Promover tratamientos irreversibles en menores sanos no es un avance. Es una forma de negligencia institucionalizada. Condenar a niños y adolescentes a una vida de medicalización permanente no es libertad: es una renuncia al deber de cuidado. ¿De verdad queremos llamar progreso a eso?
Resulta especialmente grave la banalización que hace Inés Hernán de las consecuencias que la legislación basada en la autoidentificación de género tiene para las mujeres obligadas a compartir espacios sensibles con varones que se identifican como mujeres. Afirmar que se trata de “casos aislados de fraude” no solo es inexacto, son numerosos los casos ya denunciados, sino que además oculta el problema de fondo: unas leyes que permiten modificar el sexo registral sin ningún requisito ni control. Eso no es garantía de derechos, sino una fuente de inseguridad jurídica. Invitamos a Inés a ponerse, aunque sea por un instante, en el lugar de una mujer presa obligada a convivir con su agresor. No se puede trivializar el miedo ni la dignidad de esas mujeres.
El sexo no es un sentimiento, sino una realidad biológica. Las referencias de Inés Hernán a antiguas civilizaciones para cuestionar el binarismo sexual son totalmente acientíficas. En biología, el sexo es binario. Lo demás es construcción cultural, no ciencia.
Invitamos a Inés Hernand y a cualquiera que desee acercarse a este debate con honestidad intelectual a escuchar también a voces críticas y científicas, como la de la antropóloga feminista Silvia Carrasco o la del físico Alan Sokal, quien ha advertido del retroceso racional que implica reemplazar el conocimiento por dogmas ideológicos.
Porque esto sí es medieval: suprimir la ciencia en nombre del dogma e imponer creencias por decreto.
Medieval no es afirmar que el sexo existe. Medieval es negar la biología y obligar a toda la sociedad a fingir que lo cree.
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